martes, 25 de octubre de 2011

El monólogo discreto de Calígula

EL MONÓLOGO DISCRETO DE CALÍGULA.

            Podría decir que mi vida corre peligro, podría ser el hombre más bondadoso que haya existido, podría, inclusive, ser el único césar bendecido por el imperio; pero mis semejantes no son más que una razón derivada de los abortos del fango, muñecos destazados por su propia mano: se hacen llamar políticos y no conocen siquiera a su familia, se dicen propios del discurso y no pueden siquiera convencer a una tortuga.  Mi tortura es prematura y mi conciencia desigual. Aquel hombre que piensa que el universo es un sostén de dioses y el caballo el portento del omnipresente, permítame decirle que su corazón, al igual que su cabellera, retumban en pesebres y no en sillas doradas. Para ser un verdadero césar hay que demostrar que la sangre es el color de la actitud, la vida misma representada en el miedo, hay que escupir a los dioses para que ellos no nos arrullen, hay, por toda lógica, que estar encima de cualquier palabra adulada y de todo intelectual desafortunado.

            El senado juega con el emperador, éste último con las legiones y la milicia con los peregrinos. Para estar con el senado hay que manejar la demencia con pericia y fingir conocer las leyes ante los incrédulos, para ser emperador sólo se necesita de circunstancias, para  ser un militar se debe uno de separar del cariño de la familia y cualquiera que procure el cariño de su familia puede ser un peregrino; es decir, un tonto que desprecia a otros de su misma condición.

            En Roma sólo existen jerarquías y eso es despreciable. Yo me adoro demasiado como para decir que soy desafortunado, por tal motivo, así como deshonro a cualquier criatura, puedo despreciar a los de mi alcurnia y a los del senado. Qué no se ha dado cuenta el mundo que Roma es el principio de toda decadencia. Toda civilización sucumbe por fuerza propia. Asimismo, y será el caso, deberé ver a un griego fornicar con un persa, a un egipcio azotar a un asirio, a un fenicio construir grandes puertos con un egeo y a un césar cabalgando con su miserable clámide protegido por ancianos y matando a mujeres después de desprender su piel.

En ésta tierra de grandes genialidades y de espirales de sangre, el hombre se juega su honor en bosques de mudos como fieras vacilantes que amenazan el hambre con sus pasos. Este es mi monólogo discreto, el primero que pronuncio y el último que escuchará Drusila en su locura antes de que muera. No procuro los monólogos, pues nada me lo quedo, éste es especial porque precisamente por ser discreto será eterno como Germánico, el ladrón de la lucidez.

            Un instante, un solo momento dejo de ser césar y me castigan. Mi suerte no pudo ser mejor, no pudo vanagloriarse tanto con el enraizado duelo del águila. Cuantas veces no construí puentes, cuantas veces no llené de castigos al senado, cuantos hombres no se salvaron del hambre con la muerte, cuantas veces no di crédito a los habitantes de Roma desterrando las loables orgías. Cuándo me agradecerán por haberlos desnudado de la estupidez desapareciendo las imágenes de Virgilio y Tito Livio. Ahora me ven como una angarilla despostillada, como a un simple y tierno faisán rodando por el circo.  

            No puedo permitir que Tito Livio y Virgilio llenen de pedestales a los intelectuales por la llana explicación de que sus argucias envenenan la verdad y construyen caminos de odio entre ciudades. El simple hecho de considerar a un artista o a un literato la cúspide del ingenio es síntoma de monotonía y eso perturba la real voluntad de las personas, por ende, no deben existir argumentos que sigilen malignamente en los albores de la creación común. Nadie es perfecto y sólo yo puedo hacer que los demás sean perpetuos con las libertades otorgadas.

            No puedo permitir que los pobres vivan, pues ellos fomentan la ruina sentimental y la pereza productiva.  Deben, por tales circunstancias, morir bajo el yugo radical, dejarlos vivir entre trabajadores es permitirles constituir el caos y ello no corresponde a la salud romana. Deben morir hombres, mujeres y niños que sirvan a los promiscuos, debido a que estos últimos se denigrarán por mi cuenta, y una vez muerto yo, no habrá escorias que persigan a criaturas ingenuas que deambulen ante los ojos de sus padres. El mal se elimina con el mal: si se matan primero a los políticos promiscuos, sus servidores serán los próximos en conservar la moral muerta, mejor que la bestia llegue a mí, ella se arrepentirá besando mis pies después de que degüelle y haga que el pueblo beba sus coágulos mortales.

            Los ciudadanos piensan que estoy loco y que soy un desconocedor de los alcances del poder que me compete. Primeramente, ellos desean cambiar sus platos de agua con sal por uvas y eso no es mi culpa, cada quien muere y vive conforme a sus circunstancias, yo sólo ordeno y firmo papeles, los demás que hagan su trabajo. Para ser un loco se necesita ser un genio y un dios al mismo tiempo, un genio que sepa entender a la gente y un dios que sea un omnipresente para hacer valer la ley, yo soy un dirigente que debe conocer el arquetipo lícito del espíritu del imperio como el culo de cualquier mujer. ¿Por qué se niegan  y por qué se engaña todos? Se niegan por la llana razón de querer estar adscritos a la bonanza vitalicia y se engañan por no conocer la estructura que los gobierna. El vulgo no debe conocer la estructura, sino respetarla como me deben de adorar a mí. Sólo piensen que yo soy el único que los puede salvar. Soy el enviado de dios porque así piensa Roma, cuando en realidad fui elegido porque Roma está loca y no hay más remedio que intentar conocerla. ¡Que así sea el gusto de la virtud, que así sea el gusto mío!

            En éste mundo no hay intelectuales, sólo retóricos, tampoco buenos gobernantes, sino un ejército salvaje, y mucho menos una civilización grandilocuente, sino ideas que perduran con base a la explotación física y mental. A quién quieren echarle la culpa de su desgracia. De mi parte no hay inconvenientes, si una emasculación pudiera dejar en brazos pacíficos al vulgo, yo mismo cedería a tal condena; pero los buenos inteligentes sabemos que el afortunado vino es dañino  para los estúpidos. Que nadie me vea como dicen que soy; espero que algún día alcance un poco de su razón y entienda que sus esperanzas son las únicas que los puede salvar de la tristeza. Y qué es la tristeza sino pedazos de piedra con vida, rostros amargos encerrados en el pasado, vivas cadenas de desprecio hacia los malos eventos, un descontrol emocional que nos vuelve impotentes. Aquellos que desean la tristeza como vida es preferible que mueran y aquellos que piensan que estoy loco es preferible que permanezcan en su tristeza.

            Me acuerdo cuando las gotas frías que se filtraban entre el sudor de los militares se adormecían en mi espalda; era como soportar el peso de una enorme piedra. Vi tanta sangre que ni ella misma bastó para que mis preceptos desencadenaran el bien. Éste último viene siendo como el papel y la tinta para el analfabeta. ¡No es bueno conocer a inocentes, es de inteligentes abusar de su condena sabiendo que el inteligente es la persona que aprovecha las circunstancias del prójimo para emborracharse de miedo! Nadie tiene miedo y sin embargo se le teme a la bondad. Caminamos por voluntad y morimos por desconcierto.

            Las gotas frías están en mi espalda. Drusila me espera en la cama desnuda y con acompañantes. Voy a saborear su piel como nunca para conducir por el buen camino a sus conciencias. Que me quemen como quieran que la ceniza de los copales está disuelta con las gotas frías. ¡Padre, te dedico esta ofrenda orgiástica!, creo que es lo último que quisiste ver mientras odiabas a Tiberio.

3 comentarios:

  1. Este monòlogo es anònimo o tiene derechos de autor?

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  2. Tiene derecho de autor. Pertenece a Dralio Eroliga

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  3. Hola, quisiera presentar este monólogo en un evento estudiantil en una escuela de teatro.

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